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martes, 4 de febrero de 2014

MIÉRCOLES, 12 EN EL ALBERGUE...

Reseña ©José Antonio Lozano

La casa de los arquillos, de Pilar Aguarón Ezpeleta (La fragua del trovador. 2014), es un libro de relatos que bien hubiera podido ser una novela o una novela corta compuesta de muchos relatos. No sé. En su interior diez textos nos llevan de la mano a lo largo de cien años de historia de este país, España, y nos asoman a la soledad de unas familias y de los personajes que las conforman. Se trata de un libro poliédrico, con múltiples caras, vértices y aristas, algo así como un diamante que reflejará un determinado espectro de colores según sea el lado en el que incida la luz. Y de colores y luces sabe un rato Pilar, pintora de paisajes solitarios y miradas intensas con trazo enérgico, como cualquiera que se atreva a enfrentarse a sus cuadros podrá comprobar. Alguien ha dicho que se requiere lápiz y papel para leer esta obra, estoy de acuerdo, y yo añadiría que volver a empezar nada más acabarla para perderse por sus rincones y sacarle todo el jugo que lleva dentro.

En la casa de los arquillos nos encontramos con la escritora que ya nos atrapó con su estilo, directo, descarnado, preciso, con la complicada sencillez por la que algunos saben transitar, en sus libros de relatos Calla tonta (2009) y Marrón (2012) o en la novela Hueles a sándalo (2010). En esta ocasión nos propone dar un paso más, jugar a engarzar las piedras de un delicado anillo, a encajar las piezas de un puzle para enamorados, a ordenar la música que interpretan los instrumentos a lo largo de sus ciento catorce páginas y que resuena y es contestada por ellos mismos en el interior de una cajita de espejos. Se nota que la autora se ha divertido escribiendo el libro y eso se traslada rápidamente al lector dispuesto a iniciar el viaje propuesto a través del tiempo y del espacio.

Iremos a Argentina con Seoane, a un pueblo de la España interior con la hija del anticuario, al Madrid decadente de comienzos del siglo anterior, a la legendaria Cachemira aunque sea con la imaginación, a la cruda Alemania de los emigrantes, al París de las canciones de amor, al mismísimo Círculo Polar Ártico y, claro está, a la casa de los arquillos de los Villarrubia, hermosamente retratada en la portada del libro, que será el lugar en el que todas las historias confluyan y podamos empezar a comprender el pasado y el futuro.

Uno siempre se queda con algunas cosas, ciertos recuerdos que almacenar ahí al fondo y que nos acompañarán para siempre. En este caso, la historia de amor entre Matilde y Hermelo, vertebradora de la narración, surgida gracias a las historias encerradas en una biblioteca, y el mágico momento en el que Jonás contempla la aurora boreal, verdaderamente espléndido.

Un libro emocionante, ferozmente humano, del que al terminar su lectura me vino a la cabeza aquello que escribió el irrepetible Gabriel García Márquez: “... porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”

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